Porque más bien es que tu sentir es un papalote, como los que abuelo güero te enseñó a elevar en el campito. Y el sentir de ella es distinto, es como el sabor del vino, algo agrio pero sabroso y en efecto, te está embriagando. No te das cuenta que tus manos están atadas ya, que lo único que quieres es apagar la luz para hallar su ruta.
Más tarde, te enteras que tus enfoques se disparan como balas que recorren un trayecto resguardado por muros de cartón, así, literal te lo dice ella, cuyos enfoques son caballitos del diablo que suben y bajan y van y vienen.
Quieres venirte sobre ella, desnudarla primero claro está pero sí, venirte sobre ella sería interesante. ¿Diría ella interesante o diría chido? No te gusta la palabra chido, suena sin personalidad, suena a palabra comodín mal empleado.
Te cuenta que sueña que sus ojos son dos trozos de ámbar eternamente incendiados. Tú le platicas de cuando sueñas que te sueñas durmiendo solo y cuando en tu sueño despiertas resulta que estás muerto y te ves allí acostado con las manos enlazadas sobre el pecho, sonriendo desde tu altura de hombre observador porque ¿a poco no resulta gracioso?
Das por hecho que su mirada es de detective privado, que registra las cosas en busca de algo, que de sus ojos sale una mano enguantada que levanta objetos y voltea el polvo, que escudriña tu piel y te gusta. Tu mirada es analítica y firme, no registra las cosas, las penetra, se mete con amabilidad en las palabras dichas y en los silencios esquivos. Tu mirada no da vueltas por lo tanto, tú no te mareas. A ella le gustan los juegos mecánicos porque dice, le encanta marearse.
Quieres marearla, y tocarla más porque ya la tocas, pero no aún con la fuerza que la mano imprime cuando la urgencia empuja, la tocas apenas como explorando su consentimiento.
Si ella no quisiera, ya lo hubiera dicho.
En la oscuridad es que se miran. Ella te mira entre saltos visuales, tú la miras de lleno. No dejas de tocarla y ella te toca también.
Ella no toca con tanta concentración, tú acaricias con precisión de relojero. Ella se pierde en paseos mentales que no llegan a puerto alguno, a parque cierto, a tierra firme. Tú caminas y sabes exactamente a dónde llegarás y sabes que te gusta el sonido de tus pasos y que caminas con las manos en los bolsillos.
Es ella la que te besa y crees poder sentir que es su boca como un papalote en azul y morado, volando en un cielo más azul aún. Y ella no sabe a vino, extrañamente, no sabe a nada, sólo a saliva, a lengua como fibra, a noche entre almohadas.
martes, 28 de agosto de 2007
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Soy un árbol que desea viajar en tren

1 comentario:
la segunda persona es un recurso que me encanta, da una sensaciòn terrible de intimidad y pertenencia, veamos que segundas personas suelta despues del potaje.
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