miércoles, 12 de diciembre de 2007
Caracol
Tal vez fue que el cielo tenía el color que te agrada. Tal vez fue que estaba recargado en el puente sobre el que te gusta contemplar el cielo cuando éste adquiere el color que te agrada. Quizá fue su postura, la ligera curvatura de su espalda lo que te hizo pensar que era un hombre-caracol recargado del lado izquierdo del puente, parado justo en el punto que tú eliges para contemplar el cielo cuando adquiere el color que te agrada. Tal vez fue que ese día el cielo presumía un gris blanquecino que jamás llegó a romper en gotas que dieran por terminada la contemplación de ese cielo-aluminio que tenía precisamente el color que te agrada. Quizá fue que los días fríos son especialmente nostálgicos y el corazón se torna retraído pero dispuesto y estos cambios suceden dentro, mientras tú estás clavada como alfiler sobre un puente de la ciudad, contemplando el cielo que tiene el color que te agrada. Tal vez fue que el rumor del agua que corría bajo el puente te arrulló los sentidos o que el aire te asentó las inquietudes y te pulió la sonrisa, sonrisa que salía con frecuencia a mirar el mágico cielo que ese día tenía el color que a ti te agrada. Tal vez fue que él volteó y te miro como te miraría un amigo de años y comenzó la plática diciéndote que justo ese día el cielo tenía un color que no le permitía dejar de mirar hacia arriba; o quizá fue que a partir de ese momento se te quedó en las pupilas su imagen hablando sobre el cielo y lo especial que resultaba ese día por su tonalidad particular. Tal vez fue que algo desde lo hondo del cielo bajó y calzó de alegría tu cuerpo y platicaste con él de una forma plena, horas y horas y se fue el medio día y la tarde, y llegada la noche ambos conservaban en la voz la frescura de un cielo que hacía apenas unas horas era de un gris blanquecino, y ahora era pardo como lomo de perro callejero. Tal vez fue que tras la noche amaneció y tú madrugaste sobre el puente platicando de cosas de la niñez y de trenes que parten o vuelven y de asuntos que ya no recuerdas pero es lo de menos, porque el cielo madrugó contigo y para tu sorpresa, tenía puesta la camisa del día anterior, la gris blanquecina que a ustedes tanto les agrada. Quizá fue que platicar con él era como tomar un lechero de los que acostumbras tomar sólo los domingos, con tres cucharadas de azúcar, o que las pequeñas coincidencias fueron tan gratas que mutilaron el derredor una tarde, cuando lo encontraste recargado como un caracol que canta mar sobre el costado izquierdo de un puente, contemplando como estatua de ojos nobles el cielo, que justo ese día tenía el color que a ti tanto te agrada.
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Soy un árbol que desea viajar en tren
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