martes, 24 de agosto de 2010

Sólo para mí

Trato de pasar el resto de la tarde de una forma digna: reviso fotografías, me deshago de lo que ya no funciona en esta actualidad que pulsa, constante e inequívoca.
Me trenzo el cabello como Chabelita me decía que lo hiciera, holgado y a los costados de mi nuca, para que la humedad del reciente baño no se mude a mis sienes limpias y me vea más tarde huyendo del dolor proferido por mi cabeza enemiga.
Sorbo mi lechero y entre la resina de las pausas se asoman mis ojos a mirar las novedades:
Las esquinas superiores vacías de arañas, el polvo ausente por el que jamàs se pide retorno, el olor a melaza que llega de algún edificio vecino y que , gratamente sospecho, será habitual de hoy en adelante.
Este pequeño espacio es mìo, inmenso y mío, atemporal, ajeno a lo que yo elija que debe ser ajeno y cercano sólo a mis reflexionadas selecciones.
No doy entradas para las primeras filas, quiero ser yo quien ocupe todos los asientos.
El color del óxido levanta con discreción la lánguida manera en que el tono mostaza se adueña de las paredes.
No quiero flores desfalleciendo, ni animales que resientan lo apretado que es vivir en estos lugares pensados para habitar como se habita una isla.
Es todo tan reducido y al mismo tiempo alberga cada cosa una inmensidad luminosa, mìnima y máxima, ocho acostado.
Estoy conmovida, sola y muy agradecida de poder tener un espacio sólo para mí.

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Soy un árbol que desea viajar en tren