No me gusta el color negro. Si lo visto, me siento enlutada y susceptible, me siento ala de cuervo que grazna, noche morena.
El negro me gusta en las pasas que como en el dulce navideño, en las cejas de la gente, en el cuerpo que anima a las sombras que nos siguen con su pantomima. Me gusta en la pulida obsidiana, en un cabello fragante, en los sostenidos y bemoles.
Solía vestir de negro cuando era adolescente porque afilaba mi figura y porque pensaba me gustaba el lado oscuro de las cosas.
Mi cabello es negro y mis ojos quisieran serlo y muchos recuerdos no pueden ser de otro color, aunque los revise e intente extirparlos o por lo menos, aligerarlos de penumbra.
Negro que me arropa aunque ande desnuda, cuando por días todo adquiere un peso infame y el dolor ínfimo se inflama y en cadena otros raspones que suponía secos laten otra vez.
Las sombrillas que me auxilian con la lluvia son multicolor, no negras; no me gustaría que se me deslavaran encima coloréandome con uscuridad.
Los días nublados me hacen chorrear melancolía, si insisto en mirar su cielo de carboncillo.
Tus ojos no me asustan, aunque pretendan ser calca de ébano; entre su espesura refulgen fisuras azuladas que traen de vuelta la claridad.
jueves, 28 de junio de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Soy un árbol que desea viajar en tren

No hay comentarios.:
Publicar un comentario