Escuchó la campana que en lugar de timbre, anunciaba la llegada de algún visitante. Se secó a medias las manos mojadas y tomó las llaves para abrir el candado. No había nadie en casa y él sólo contaba con escasos minutos para desayunar antes de salir corriendo al trabajo. Lo irritó pensar en el tiempo invertido en atender al recién llegado. La molestia creció cuando al intentar abrir la puerta, las llaves se le resbalaron de las manos. Un segundo tañido lo hizo soltar un ya voy que transparentó su avinagrada intolerancia. Abrió la puerta que antecedía a la reja de entrada y la pequeña figura del hombre se recortó contra la claridad. El hombre le preguntaba por su padre, si su padre estaba en casa. Su reciente enojo se disparó avergonzado hacia la calle. La voz del hombre era un susurro apenas y su mirada sonreía aventando cargas enormes de luz. Había escuchado hablar de la gente que sabe reir con los ojos, pero jamás había visto uno y ante él, el moreno anciano se reía abiertamente, amablemente, sin siquiera curvar los labios.
Regreso al rato, cuando esté su papá, dijo despidiéndose y sólo entonces intentó sonreir con el resto del rostro que se inundó de arrugas que al desdoblarse pintaron otras arrugas.
jueves, 14 de junio de 2007
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Soy un árbol que desea viajar en tren

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