Yo sí me sentía tensa pero creo mi socio de aventón no, porque por el espejo lateral que tocaba de su lado, lo podía ver sonriendo, bien campechano. El Don que nos levantó era poblano pero vivía en el Estado de México ya de tiempo, nos lo dijo en la plática que hiló sin asomo de esfuerzo desde Úrsulo Galván hasta Miradores, ya entrando a Xalapa. Yo iba en el asiento trasero, con la columna queriendo asomarse por la nuca y las piernas semidobladas, a punto del hormigueo. Es demasiado amigable, pensé algo inquieta mientras por la ventana veía pasar los mulatos con sus troncos de piel metálica, formaditos uno tras otro. En una curva fue que perdí la plática, Don poblano se dirigía a mi amigo con una sonrisita cómplice y de las pocas frases que logaron anclarse en mis oídos, sólo entendí algo de que los narcos eran buenas personas porque hacían más por la gente que el gobierno y luego algo de las viejas tan chulas qué son..... lo decía reclinándose hacia mi amigo, como un borracho lascivo lo hace sobre su compadre de juergas cuando habla de la mujer de senos grandes que pone otra canción, recargada en la rocola. No me sentí cómoda y dejé de prestarles atención para recorrer con la mirada el carro como por décima vez. Fue cuando reparé en el brillito labial que estaba bien guardado en una parte de la puerta. Lo tomé cuidando de que Don Poblano no me viera, no fuera a decirme algo. El brillito tenía forma de envase de rímel, sólo que era transparente y con tapa azul celeste, muy de niña. Volteé a ver a Don poblano para ver si el desenfado de su conversación dejaba ver algo de la pedofilia que para entonces yo ya le atribuía, pero él seguía igual de sonriente, más animado por la alta velocidad con que tomaba las curvas y porque nos iba contando que él llevaba ya el chingo de accidentes que no habían sido por su culpa, en la carretera, donde por cierto se ve de todo. Y pensé en la carretera como esa vena solitaria donde ocurren historias dentro de los coches que la transitan, conteniendo el espacio privado donde una niña de pelos lacios y ojos acuosos, le baja torpemente la bragueta al señor que maneja un rato entre suspiros que van creciendo hasta hacerse jadeos, y es entonces cuando orilla el coche, acomodándose bien en el asiento que ya reclina para que la niña se extienda y lo acaricie con sus manos medias tontas, ya casi anocheciendo, cuando la tarde se hincha de lila en alguna carretera de Oaxaca, de Torreón, de Baja California...
En ese momento, sonó el celular y Don poblano se tomó un buen tiempo en explicar la ruta que hasta ese día llevaba y las visitas que aún le faltaban. Por sus respuestas, nos dejó ver que su interlocutor estaba en Monterrey, donde había caído una lluvia que hizo desbordarse un río, matando a cuatro personas. Cuando colgó, Don poblano comenzó a hablar de los lugares que conocía y nos dijo que en Chihuahua no dicen chulo sino shulo y que las mushashas que atienden las casetas de cobro en las carreteras son una verdadera monada y no porque sean todas altas y delgadas y ojiclaro, sino porque dicen " vaya con Dios" a cada conductor que paga y eso te hace sentir como especial, atendido, vaya; no como en Veracruz, que los pinches bueyes que cobran, parece que están todo el tiempo encabronados y ni los buenos días te dan. Imaginé a Don poblano bien solito, maneje y maneje en silencio por largos tramos de concreto, rodeado de cosas con las que no se habla y de líneas amarillas pintadas en el piso llenándole los ojos, si acaso cantando algunas estrofas del corrido norteño que su estereo reproducía y que supuse escuchado hasta el hartazgo,cantado para oír algo, aunque fuera su propia voz, pretendiendo estar muy contento.
Después empezó a imitar la manera de hablar de los regios y yo le pregunté si en verdad son tan codos como los afaman, a lo que me contestó que sí, que son unos agarrados los hijos de la chigada y con el mismo tono cajeta que nos arrancó varias carcajadas a mi amigo y a mí, pronunció la frase que da título a esta entrada:
Son tan codos taaan codos, que no comen pátano con tal de no.....
Me reí mucho y ya Don poblano no me pareció tan siniestro, con su panzota de señor y su lata de coca cola al lado, hablando de corridito con dos extraños que pudieron tal vez, haberle pedido aventón para asaltarlo, para darle baje a su toyota blanco nuevecito. Cuando mencionó que ninguna de sus dos hijas iría jamás a la UNAM, porque son una bola de revoltosos que reniegan por todo, pensé sabiamente que el brillito era propiedad de alguna de las poblanitas ya casi licenciadas y la urdimbre sin fundamento de mi histeria perdió tensión, haciéndome sonreír ya relajada.
Llegando casi a Xalapa, unos cuarenta y tantos minutos después, Don poblano nos dijo que en Veracruz se suda extraño, que uno apesta, que a él le olían las axilas re gacho y eso que en otros lugares hace más calor, pero que es aquí donde el calor como que le saca al cuerpo lo malo en el sudor, como que bota uno lo feo. Y pensé que quizá por vivir y ser de aquí, a mi ya no me bota lo feo, sólo me lo sube a la cabeza y allí me lo alborota horrendamente.
Yo voy a Coatepec, nos dijo entre despidiéndose e invitándonos, si quieren los llevo y allá se quedan, total que de ahí Xalapa está en corto. Mi amigo y yo nos miranos pero finalmente dijimos no gracias, aquí nos quedamos, y nos bajamos.
Antes de arrancar, entre los hasta luegos y las gracias por el aventón, Don poblano nos dijo que qué chido habernos levantado y que nos agradecía por haberle amenizado el camino y haberlo soportado con todo y su plática chilanga.
Para nada Don, fue todo un placer, y nos quedamos parados viendo el toyota blanco alejarse en la subida a Coatepec, algo arrepentidos de no haber ido con él.
martes, 3 de julio de 2007
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Soy un árbol que desea viajar en tren

1 comentario:
falto que presentara a las hijas don galleto, no cree doña choconostle?
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