viernes, 5 de octubre de 2007

Llovizna fina

Tímido amanecer. Dentro de mí una incertidumbre naranja se expandía,latía. ¿Qué decir, qué hacer, cómo actuar? Extraño todo, el ambiente, los acentos de las personas, el horario incluso. Me sentía tan lejos de casa y te veía tan lejos de casa a tí, más que yo, mucho más. Es raro ser extranjero. La palabra pesa cuando caminas por las calles frías, cuando cuentas tus pasos en las mañanas para ir a trabajar como ilegal.
Háblame de ti, pensé y te dejé tirar frases, hacer y deshacer, correr y estacionarte, respirando agitado, pidiendo esquina a la nostalgia.
Amanecía distinto. No puedo abarcar la luminiscencia de esas mañanas con un sol apenas tibio, cuando a veces una llovizna flaca se metía como palillos entre el paisaje que la ventana me regalaba. Tú te ibas a trabajar, yo a turistear.
Que si creciste, que si te diste cuenta porque la soledad hace que te caigan los veintes de una vez, sin contemplaciones. Maldición de una velocidad despiadada pero tan real que la ficción palidece. Así todo tu universo, rápido, certero y práctico. Un universo expandido por mi presencia de paisana con la que compartir no sólo el mismo lenguaje, sino un sentido paralelo del humor, recuerdos mutuos, vivencias, y la piel erizada discretamente, renaciendo del hombre que yo tenía enfrente con los ojos alegres, muchos hombres pequeños, idos, ausentes y presentes, en la plática que cada noche fue la misma y diferente.
Afuera, la llovizna fina como yerba de olor mojaba la tierra, el pavimento de un país del que tú eras habitante y yo sólo una extranjera.

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Soy un árbol que desea viajar en tren