Su rostro se recomponía, se reinventaba en una gama de tesiruras adoloridas. Hablaba de su padre recién fallecido y era imposible no sentir el dolor dentro de uno, abriendo una zanja vertical, partiéndolo todo y estableciendo la diferencia de periodos: antes y ahora, antes y después.
Era mi amigo y tenía deseos de darle un poco de calor para sus adentros entumidos, curtidos de lágrimas saladas, sentidas.
Uno muere un poco con cada muerte, se vacía algo de la esencia como río desbordado. Uno desearía morir también. Pero el tiempo es ley inquebrantable y no cumple caprichos, todo a su debido momento. ¿Qué más puede uno hacer?
Sus ojos viajaban mientras nos platicaba anécdotas de su padre. Le veíamos ausentarse y perderse en un territorio que en adelante no aceptaría más nuevos capítulos; sólo la memoria ahora revuelta auxiliría.
Uno es ínfimo y desvalido y es de nuevo un recién nacido ante esas definitivas ausencias. Uno es quien muere un poco también, aterido de dolor y nostalgia.
viernes, 16 de noviembre de 2007
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Soy un árbol que desea viajar en tren

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