Habría que pensar por qué cada vez el adiós es distinto.
Pudiera ser que alguna vez sea pronunciado con la intención de ver qué tanto interesa al interlocutor nuestra despedida, si en los ojos se le ancla la angustia de verse alejado, pensando quizá con algo de urgencia cuándo es que nos verá de nuevo.
Tal vez alguna vez se diga con la profunda convicción de poner medio planeta de por medio y dejar atrás esa parte de la vida que se ha vuelto espesa y nos impide avanzar con más facilidad.
Habría que determinar la liviandad de un adios cotidiano y el de uno que da paso a una despedida prolongada.
Hay adioses que son resultado de trabajo en equipo y pronunciarlo es sólo renunciar a un largo contrato de sinsabores.
Otro adios es el que supone un término pero realmente es un inicio, la boca de un espiral con miras a no terminar.
martes, 27 de mayo de 2008
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Soy un árbol que desea viajar en tren
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