martes, 12 de junio de 2007

Espirales

Estirando la voz para al menos terminar la frase, alcanzó a preguntarle a dónde iría saliendo del trabajo, a lo que él contestó que a casa, a su casa a descansar porque tenía una pila de desvelos amontonados bajo los ojos y quería extenderse en ese pequeño universo gozoso que era su cama. Ella no pudo hacer otra cosa que mover las rodilas una contra otra, chocándolas con un sonido mudo, a velocidad luz. Un islote de nervios se desgajó en su estómago y se llevó la otra mano, la que no temblaba sosteniendo el teléfono al vientre, protegiéndose del deseo que incluso su voz le inyectaba.
Se vio a sí misma sobre la cama de él, echando raíces sobre las sábanas interminables. Se vio mirando el techo húmedo en busca de su propio reflejo, buscando sus ojos trastornados por tanto y tanto suspiro. Se vio recibiendo madrugadas lluviosas con él tapizándola, con él sosteniéndola en una mano, deshaciéndola luego de contemplarla con un soplido de su boca mentolada,como diente de león.

¿Quieres venir a la casa a tomarte una chela y leer lo último que escribí?

Aún sentados muy juntos, la distancia era enorme. ¿Dónde quedó tanta desesperada cercanía?, pensaba mientras lo escuchaba hablar por el celular y miraba por la ventana. ¿Dónde quedó esa mujer deshilada que se nutría de imágenes recabadas en su desnudez arcillosa? Bastante lejos, encerrada en un territorio inaccesible.

La plática fue exitosa, los temas los requeridos, las risas las justas. Al leer su texto, confirmó para sí misma lo creativo, lo susceptible, el preciso punto entre fragilidad y fortaleza que era él. Cuando levantó la vista para decirle lo mucho que le había gustado el texto lo encontró:Era el de antes,el duende de sus madrugadas, el que le legara un horizonte de nubes inagotables, el mismo que solía exprimir su cuerpo. Su hombre lluvia, su hombre sombra.
Quiso pararse y abrazarlo. Quiso quererlo ahí mismo, contra la puerta de la entrada. Quiso levantar el brazo para tocarle el rostro y meter el dedo entre sus labios. Quiso sacarse los zapatos y andar descalza por la casa que la había repatriado. Quiso tomar vino para no estar lúcida. Quiso que él la deseara tanto tanto como ella a él, que se le colara de nuevo por las venas hasta ser el punto de partida de sus laberintos corporales, que fuera de nuevo él el rayo de luz que la deslumbrara para después, tomarla ciega.

Callados e inertes sólo atinaron a mirarse. Un ruido de olas se dejó escuchar en la casa sin más huéspedes. Un temblor se les instaló en las manos.

¿Qué te pareció el texto? Le dijo él, arrancando la turbia mirada que sobre su rostro de mujer querida, amenazaba con exponerlo. Con los ojos huyendo por la ventana, él continuó con la fragilidad ya domada: A mi no me late tanto.

Me parece muy bueno. Insisto en que deberías pedir una beca para seguir escribiendo, finalizó ella.

Y bajó la mirada hacia el suelo amarillo, donde con la punta del zapato a medio quitar trazaba espirales imaginarios y se deshacía de a poco en pelusas que el viento barría, como un diente de león.

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Soy un árbol que desea viajar en tren