miércoles, 11 de julio de 2007

Rincón de las doncellas

El tubo de luz era una luciérnaga decrépita en el baño público que nos dio posada. Recargada sobre uno de los lavamanos, esperaba que Angelina terminara de revisarse a puerta cerrada.
-¿ya?
No, espérate, todavía no sale nada.
-¿Cuántos llevas en el año, tú?
-Ya vas con lo mismo.
En una media hora partiríamos a Madrid, de vacaciones. El viaje había sido planeado con años de anticipación y mucho esfuerzo por apretar el salario quincenal.
-Apúrate que no quiero que alguien entre y nos vaya a cachar.
-Deja de molestarme, ya.
Una espiral me licuó el estómago. Torcer la boca y morderme las uñas eran mis gestos habituales cuando estaba nerviosa, nerviosa en una mala situación. Angelina se había quemado una mínima parte de mis ahorros en unas pastillas abortivas y eso me ponía mal, pero no podía botarla e irme yo sola, si el viaje lo habíamos platicado tantas y tantas veces, imaginando las calles, la luz del otro continente, las especias en las comidas y el acento de la gente.
-Yo no me había imaginado esto.
-Te dije que te cuidaras, no es la primera vez.
-Ya lo sé y no le hallo el caso a que me regañes. Pásame otra toalla de las nocturnas.
-No manches, cuántas te vas a poner, ¿no se te va a notar?
Angelina era mujer furiosa, de figura espigada y sinsabores apretados en el entrecejo. Cuando un hombre la elogiaba sin descanso, ella le convidaba de su cuerpo.
Un meteoro sanguinolento cayó de Angelina a la taza del baño. Escuché el ligero chapuzón. Angelina había seguido bien las instrucciones de la caja de pastillas, un óvulo por la boca y otro vía vaginal para limpiarse el vientre, ya se sabía el procedimiento de memoria.
Sentí que la humedad en el baño aumentaba y me sentí en escena de peli gringa barata, abrazándome a mí misma en la esquina de un sanitario manchado y sarroso.
Angelina salió subiéndose el cierre de los pantalones, dejando tras de sí el sonido del sanitario desaguando.
-Vámonos
-Ya, ¿así?
-¿Y qué quieres, que llore?
-No, que te cuides y dejes de ser pinche inconsciente.
-Ni modo mi reina, el amor tiene sus desventajas.
-¿Amor? Cínica que eres…
Ya cállate maja, que nada más de oírte me quitas las ganas de ligue en Madrid, me dijo riéndose y tan despreocupada, que cuando caminó delante de mi cargando su mochila morado con gris, se veía tan inocente, que olvidé por qué se le había manchado de sangre el pantalón.

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Soy un árbol que desea viajar en tren